Jorge Ruiz Dueñas es uno de mis más talentosos amigos. Lo imagino triste en estos momentos a causa de la muerte del poeta brasileño Ledo Ivo, a quien tradujo y con quien llevó una cálida amistad. En estos últimos meses, Jorge ha publicado dos libros, uno de poesía y uno más de relatos de difícil clasificación: Juan José Arreola les diría varia invención o textos. Los narradores más recientes lo verían como nuevo periodismo. En cualquier caso, Jorge escribe con un estilo cuidado, fino y muy peculiar. Rico.
Políticamente le hago bromas: estudió y es experto en administración pública; el problema es que no hay más que administración de empresas, hasta el Estado es conducido como una fábrica, con criterios de escaso mérito social, particularmente bajo los dos angustiosos gobiernos panistas. Pero con estos métodos, debido a la globalización hecha bajo el peso de la economía de mercado, no hay más rumbo: los utilizan hasta los que se ven a sí mismos como “las izquierdas” y hasta hoy nada en el discurso de AMLO lo hace enemigo del capitalismo salvaje.
Jorge Ruiz Dueñas es una potencia como administrador o conductor de empresas o instituciones culturales. Dondequiera que ha trabajado, lo ha hecho de modo magistral, impecable. Así fue en la UAM, con la responsabilidad de la Secretaría General a su cargo. Convirtió al IMER en una empresa magnífica, de alto nivel; supo darle sentido a sus tareas: hacer radiofonía estatal y no privada. Como segundo de Víctor Flores Olea, primer presidente de Conaculta, le dio al naciente organismo un brillo especial y un orden severo y eficaz. Y lo mismo sucedió en el Fondo de Cultura Económica, donde estuvo bajo las órdenes de Miguel de la Madrid. Asombra su capacidad de trabajo y honestidad. Finalmente, multitud de jóvenes escritores, poetas y prosistas se han formado con su apoyo. Entre los muchos premios que posee, recibió en 1992 el Premio Nacional de Periodismo Cultural que entregaba con tino la Presidencia de la República.
Hace poco me tocó presentar, junto con Marco Antonio Campos y Bernardo Ruiz, su más reciente libro en prosa. Contratas de sangre. De mi parte leí un largo texto (obra en exceso sugerente) que publicará la revista de la UAM. Una multitud de ricas herencias son las que le permitieron a Jorge Ruiz Dueñas, un hombre de letras, cuentista, novelista, periodista, infatigable y eficaz promotor cultural, principalmente poeta, confeccionar este libro de título desconcertante: Contratas de sangre y algunas noticias imaginarias. Son sus recuerdos, lecturas, experiencias, los recuentos de una vida dedicada al trabajo y al culto literario, acaso periodístico si consideramos que el autor posee reconocimientos periodísticos, entre muchos otros. Jorge explica la génesis de su obra en las páginas iniciales. Pertenecen en rigor a una clase de nueva literatura, relatos que los nuevos tiempos no han dado con ideas ya depuradas, textos donde el escritor mezcla los géneros literarios con los periodísticos y la libertad es mucho mayor.
Jorge es de los pocos mexicanos que han podido exitosamente ejercer la novela, la poesía y el cuento. En esta ocasión, su libro contiene cuentos de corte tradicional, hasta donde él podría serlo, y relatos de difícil clasificación. Sin embargo, el placer que su lectura produce es infinito. Historia tras historia, el lector se sumerge en una obra magistral. Tenemos que insistir en que México es un país de notables cuentistas donde están Julio Torri, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Edmundo Valadés, Inés Arredondo, Beatriz Espejo, José Revueltas, Rafael Solana, Carlos Valdés, Guillermo Samperio y muchos más y que, entonces, los lectores nacionales tienen al frente una amplia variedad de posibilidades. Contratas de sangre posee, a pesar de la diversidad de temas y tratamientos, una unidad que no es sencilla de explicar en pocas palabras, pero es de la estirpe que Borges le dio a sus libros de relatos, donde está, digamos, Historia universal de la infamia.
Hablar con Jorge Ruiz Dueñas no deja de ser desconcertante. Científico social, especialista en administración pública con más de media docena de voluminosos libros, es el poeta de musicalidad y ritmo impecables, el prosista certero que ha observado el entorno y lo ha modificado con sorprendente imaginación, el académico que sabe estimular la vida universitaria, que le queda claro que las funciones sustantivas sí son tres: docencia, investigación y la desamparada difusión de la cultura, el funcionario justo e innovador… En fin, es un intelectual consumado, un hombre que gusta de reflexionar cada paso. Para mí es un amigo insuperable, cuya relación jamás ha tenido mácula alguna.
Alguna vez, cuando Jorge obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, ante un pequeño grupo de amigos, levantó su copa y en lugar de un discurso farragoso y pletórico de elogios personales nos dijo: Por la amistad. Quienes lo conocemos desde hace muchos años, como Carlos Montemayor (lamentablemente fallecido en plenitud intelectual), Marco Antonio Campos, Bernardo Ruiz, Sebastián, José Luis Cuevas, Sandro Cohen y yo, sabemos que para él la amistad es importante, tanto o más que el cumplimiento impecable de sus tareas, sean literarias, sean las del agudo promotor cultural que ha probado ser.
Opinión de René Avilés Fabila 2012-12-28 - La Crónica
viernes, diciembre 28, 2012
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