Orfandad que acre cubre las esbeltas orillas
que imperturbables guardan la palabra
ante el espejo que sonríe
desde el borde del camino.
(fragmento de doces meses y éste es sólo una parte del noveno mes)
He escrito cartas de amor por siete u ocho años a un hombre que existe en el país de los nunca-jamás; pero del cuál estuve enamorada. Meticulosamente reúno los pedazos de palabras, noches solitaria, de visiones lejanas, cielos de azadón en ruinas dentro de botellas vacías que jamás tiré al mar con una carta dentro, cuerpos sin caricias, astillas en la oscuridad y en las almohadas. Y este mes decidí escribir la última a ese desconocido sólo para mirar al mundo desde otra perspectiva.
Cuando un ciclo se cierra, no parece algo grato; aunque sepa que la cinta sinfin seguirá pasando y si algo termina, algo más empezará. No estoy triste por esta decisión personal, es sólo que el cansancio me mira sin decoro y rompe la pecera de la esperanza. Hace astillas el barco y en la delgada línea del firmamento, otro rezo honesto no se posterga.
Dejo atrás la inaudita sobriedad de la espera por lo que no fue, limpio con gozo las señales que deje en cada camino que me vio indiferente mientras lágrimas trocaron días en frutos escurridizos.
Se inicia otra época como escritora, como mujer, como ser humano, desde la enseñanza del pasado, sin alterar el futuro, por mezclarlo en un “hoy” sin esperanza ... por algo soy mujer guerrera, por eso no me doy por vencida (aunque lo parezca) ... por eso detesto la debilidad, aunque la sienta, pero me sobrepongo por el único instinto que tengo: sobrevivir para luego vivir mejor.
Desde la llanura Ylia con el cuchillo en la mano, haciendo la herida mayor para desalojar el veneno ... ¡al diablo con los escorpiones! ... no soy ni una rana, ni un sapo ... soy Ylia, le pese a quién le pese ... Ylia que se hará inmune a este tipo de veneno.